en esta noche en este mundo abrazada a vos, alegría del naufragio.
he querido sacrificar mis días y mis semanas en las ceremonias del poema.
he implorado tanto desde el fondo de los fondos de mi escritura.
Coger y morir no tienen adjetivos.
jueves, 5 de noviembre de 2009
Sabía que estaba otra vez de su lado, que no se había ahogado, que él la estaba sosteniendo a flor de agua y en el fondo era una lástima. Los dos se sintieron en el mismo instante, y resbalaron el uno hacia el otro como para caer en ellos mismos, en la tierra común de las palabras y las caricias y las bocas los envolvían como la circunferencia al círculo, esas metáforas tranquilizadoras, esa vieja tristeza satisfecha de volver a ser el de siempre, de continuar, de mantenerse a flote contra el viento y marea, contra el llamado y la caída.
Hablen, tiene tres minutos De vuelta del paseo donde junté una florecita para tenerte entre mis dedos un momento, y bebí una botellas de Beaujolais, para bajar al pozo donde bailaba un oso luna, en la penumbra dorada de la lámpara cuelgo mi piel y sé que estaré solo en la ciudad más poblada del mundo. Excusarás este balance histérico, entre fuga a la rata y queja de morfina, teniendo en cuenta que hace frío, llueve sobre mi taza de café, y en cada medialuna la humedad alisa sus patitas de esponja. Máxime sabiendo que pienso en ti obstinadamente, como una ciega máquina, como la cifra que repite interminablemente el gongo de la fiebre el loco que cobija su paloma en la mano, acariciándola hora a hora hasta mezclar los dedos y las plumas en una sola miga de ternura. Creo que sospecharás esto que ocurre, como yo te presiento a la distancia en tu ciudad, volviendo del paseo donde quizá juntases la misma florecita, un poco por botánica, un poco porque aquí, porque es preciso que no estemos tan solos, que nos demos un pétalo, aunque sea un pasito, una pelusa.